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De Supercampeones a Bluelock: ¿Cómo cambió el anime la forma de ver el fútbol?

Bluelock, la aclamada serie japonesa, estrenó película en Colombia. Les contamos de qué se trata y cómo el anime cambió la forma de ver el fútbol en Japón hasta convertirse en una escuela de formación de deportistas.

Bluelock
Serie de anime Bluelock
// Crunchyroll

Gracias a Supercampeones (o Capitán Tsubasa), la juventud latinoamericana sabe que los japoneses no son extraños al deseo de gloria futbolística.

Lo sabemos porque la cancha infinita en la que juega Oliver Atom, los guantes de oro de Benji Price o la patada legendaria de Kojiro Hyuga hacen parte de nuestro imaginario infantil sobre el significado y la épica del fútbol.

La serie fue uno de esos escasos animes transmitidos por canales nacionales con doblaje al español durante las décadas del noventa y dos mil.

No fue, seguro, una influencia tan grande sobre nuestro amor por el deporte rey como las filiaciones a equipos de nuestros familiares, los videojuegos de FIFA, los videos de Ronaldinho o la épica en el duelo entre Messi y Cristiano Ronaldo.

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Pero la obra que Yoichi Takahashi que inició en 1981 sí fue el primer referente animado sobre deporte que buena parte del público dentro y fuera de Japón conoció.

Además, sus diferentes versiones alcanzaron a distintas generaciones.

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Si nos adelantamos 31 años en el tiempo, al Mundial de 2022, nos encontramos con que la selección absoluta de un país en el que el fútbol no solía ser prioridad se hizo capaz de vencer a dos de los equipos más grandes, España y Alemania, en fase de grupos.

Y la camiseta con la cual disputaron el torneo fue publicitada por Adidas a través de colaboraciones con el ilustrador del manga Bluelock, la nueva sensación del anime de deportes que empezó emitirse como manga en 2018 y justamente estaba siendo emitida como animación ese mes.

De hecho, algunos recordarán que los goles de esas agónicas victorias fueron casi idénticos a dos de los anotados por personajes de la serie —como muestra este video— y que cada triunfo disparó las ventas del manga Bluelock hasta dejarlo en la cima de los rankings.

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¿Cuál es el impacto de Supercampeones y Bluelock entre los fanáticos del fútbol y el anime?

El impacto de Supercampeones y su discurso sobre el fútbol

En 1978, Yoichi Takahashi se enamoró del fútbol gracias al delantero argentino Mario Kempes y al Mundial que ganó como local con Argentina.

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Eran muy pocos los japoneses futboleros, no había una liga profesional y la selección nunca había asistido al mundial.

Así que, en 1981,como cuenta este videoensayo, el mangaka creó a un niño japonés soñador y doliente de que su país llegara al evento deportivo más importante del mundo. Su nombre, en el doblaje latino, era Oliver Atom.

Dos décadas después, la fiebre por los personajes de Supercampeones ya había sido causal directa de un auge en el interés nacional por el deporte.

Fue tal la fiebre, que supuso la viabilidad de la creación de la J League, la actual liga profesional japonesa.

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Ya en 2002, ese país compartió sede del mundial con Corea del Sur en la edición que coronó a los ídolos del joga bonito y consagró a Ronaldo Nazario como el arquetipo de delantero despiadado e imposible de marcar que cualquiera querría en su equipo.

Hoy en día, grandes figuras del fútbol mundial como Andrés Iniesta, Lionel Messi o Zinedine Zidane se han declarado inspirados por la historia del “Capitán Tsubasa”.

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Y aunque Supercampones es un hito transformador del género deportivo tan importante como Dragon Ball es influyente sobre los shonen —los animes de aventura y pelea—, la historia de Oliver Atom/el capitán Tsubasa no es considerada por la crítica como una de las más destacadas obras del género.

Aunque son mucho menos famosas, obras como Slam Dunk —sobre basket—, Ping Pong the Animation o Haikyuu —sobre volleyball—son consideradas mucho más innovadoras y bien logradas en cuanto a su trama, ilustraciones o animaciones.

¿Qué hizo tan especial entonces a la serie con la que crecimos todos?

Principalmente, que fue pionera a la hora de entender los partidos como disputas épicas a la manera de cualquier otro tipo de narrativa épica.

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Pero también enamoró a las masas por enfocarse en la pasión de un niño con el cual los más pequeños pudieran sentirse identificados.

Supercampeones
Supercampeones, serie de televisión japonesa
// Prime Video

El enfoque en esa demografía también la hizo pionera en presentar la psique de un deportista en formación temprana —a diferencia de hits deportivos occidentales como Rocky— y comprender cada partido como un duelo entre egos, con sus inseguridades y consciencia sobre sus debilidades.

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Retrospectivamente, la manera de abordar ese drama era perfecta para un niño, pero era poco convincente para los adultos cuando entendemos la competitividad como algo más que “el impulso a ser los mejores”.

Esa concepción permite y dispone la empatía con quienes están en la misma situación. Oliver Atom es siempre el ejemplo perfectamente deseable de rival, tanto en la victoria como en la derrota.

Pero si así fuera la competencia en la vida real, el fútbol no sería tan emocionante ni se entendería toda tensión histórica liberada a través de enfrentamientos como la legendaria final Argentina 2 - Inglaterra 0, o los siempre polémicos encuentros entre las selecciones de la región Báltica de Europa.

Ahí es donde la apuesta de Bluelock brilla con más fuerza.

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Bluelock: el experimento social por y para el ego

Quienes se han desempeñado como deportistas de alto rendimiento, en especial en deportes de contacto, entienden bien que la competencia no se trata solo de ganar, sino de derrotar a otro.

Suenan a lo mismo, pero esa segunda cara de la moneda que Supercampeones omite es una vía de escape sana y no violenta de rabia y resentimiento por todo tipo de tensiones personales y/o políticas.

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Eso y lo absurdamente costoefectivo que es jugar fútbol —solo se necesita dibujar una línea de arco y un objeto que ruede— explican que el fútbol sea objeto de tantos ejercicios de análisis político y social.

Bluelock
Poster de Bluelock
// Crunchyroll

Si Supercampeones brilló por la genialidad de presentar los partidos como batallas en el mismo sentido físico de los mangas de peleas, Bluelock brilla por entender la dialéctica entre el temor a perder y el deseo de triunfar sobre los demás como el motor psicológico esencial del éxito deportivo. 

Muneyuki Kaneshiro —creador de la historia— y Yusuke Nomura —ilustrador, que hizo parte del equipo que creó Attack on Titan, serie que analizamos aquí— inventaron Bluelock en 2018.

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La premisa de la temporada que ya está publicada como anime, obedece a los típicos tropos del “arco de entrenamiento” de un héroe.

Pero todo sucede al interior de un experimento social propuesto por el estudioso del fútbol Yinpachi Ego y financiado por la Federación Japonesa de Fútbol como respuesta a su eliminación del Mundial del 2018 a pesar de contar con dos de las máximas figuras históricas de ese país —Shinji Kagawa y Keisuke Honda.

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Isagi Yoichi, un joven delantero que acaba de errar la jugada clave para que su equipo dispute el torneo nacional, es invitado a participar del programa de entrenamiento Bluelock.

Una vez entra, junto a otros 300 delanteros, son informados de que, en caso de no superar todas las pruebas, quedarán vetados para siempre de la selección.

El argumento de Ego busca resolver un problema más allá de cualquier mejoría táctica o tecnológica que pueda aplicarse a la selección. Para él, la clave está en que siempre les ha hecho falta un delantero legendario con suficiente olfato de gol y creencia en sus propias capacidades como para decidir partidos por sí mismo. 

En otras palabras: que los delanteros de Japón han sido demasiado suaves y no han logrado aceptar la cara de la competitividad que implica imponerse sobre los demás.

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Todas las pruebas de Bluelock giran entonces en torno a estimular el ego de los delanteros convocados, y en vez de tratarse de un anime sobre “el poder de la amistad” y otros lugares comunes de la animación, insisten en lo urgente que se vuelve para un deportista superar a quien defiende el arco, al equipo que tiene al frente, sin importar de quién se trate o de lo que pueda sentir.

Una mirada crítica pensaría que es perpetrador de un acercamiento a la competencia, que es inherentemente parte del sistema patriarcal que domina el mundo, y seguramente tendría sentido.

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Pero un amante del fútbol podría devolver la pregunta: ¿no es justamente en los juegos, como los deportes, en donde los roles asumidos eliminan de por medio la idea de la “violencia” en función de dar una vía de escape sana al instinto animal que todos llevamos dentro?

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