Attack on Titan no solo es uno de los mangas más vendidos de la historia, sino la serie -no solo de anime- con más capítulos con calificaciones perfectas en IMBD. Una obra de culto tal que algunos de sus personajes principales están inmortalizados en estatuas, como héroes de guerra, en Tokio.
Por Juan Diego Barrera Sandoval
32 siglos después de que se escribiera el libro de Samuel, el apartado bíblico en el que está consignada la historia de David y Goliat, y entre 17 y 19 siglos después de que Homero registrara la guerra de Troya a través de los poemas épicos de la Iliada y la Odisea, Hajime Isayama publicó el primer capítulo del manga Attack on Titan , una obra que integra muchos de los elementos de ambos textos, así como de la tradición mitológica nórdica y de la historia de la Segunda Guerra Mundial, para repensar el conflicto humano .
La publicación en sí se trató de una epopeya: una travesía desventurada de tres años tocando puertas de editoriales para ver emerger muros reiteradamente, puesto que, según el aspirante a mangaka (término con el que se refiere a los autores de manga), sus dibujos nunca fueron buenos, y menos para el nivel del mercado japonés.
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¿Quién era él, debutante de trazo burdo, para hacerle competencia a obras titánicas de la industria como One Piece o Naruto ? Según cuenta al medio The Asahi Shimbun, se sintió inferior desde muy pequeño, pues perdía constantemente en las luchas de sumo que se practican en su ciudad natal, Hita: un lugar rodeado de altas montañas que le generaba la constante sensación de tener que mirar desde abajo hacia el horizonte. Su amor por el manga y el anime surgió justamente del más recurrente motivo del género: el débil convirtiéndose en un legendario luchador. Pero, ¿por qué habría de ser diferente con su arte?
A sus 26 años, Isayama trabajaba en un café hasta altas horas de la noche, sin dejar de pensar en el borrador del tiraje piloto con el que presentaba el proyecto a las productoras . Diariamente lo editaba, pensaba en nuevas referencias para los personajes, la arquitectura, la historia e integraba los comentarios negativos de quienes le cerraban la puerta para pulir la obra.
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Una noche, algo cambió. (¿Qué tal imaginar esa anécdota como parte de una serie?)
***
Se abre la puerta. Entra un hombre riendo y dando tumbos, acompañado de un viento helado que corta con el ambiente de la calefacción y el vapor las grecas de café. Las campanas de la entrada, con su aburrido e insistente sonido digital noventero, se unen a la ruptura de la calma, pero el tenso silencio continúa. El hombre continúa su andar obtuso como continúan afuera las luces de los postes y las sombras de la noche.
Isayama: Bienvenido al Café Central de Hita.
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-¡Hey, mesero!
-Buenas noches.
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-…
El tipo ignora a Isayama, da algunas vueltas y se sienta en una mesa aledaña con la mirada clavada en las losas blancas del piso. La inconstante risa borbotea y se riega después de unos instantes de tensión, como la espuma de una cerveza.
-¿Necesita algo?
-…
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-¿Café?
-…sí.
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-Ok.
Isayama trae la cafetera y sirve un pocillo grande y oscuro. Indica dónde está el azúcar, vuelve detrás de la registradora, inserta de nuevo el audífono derecho en su oreja, agarra su libreta y se sienta en un butaco pequeño. Entre el extraño y él se erige la trinchera, la muralla, del mostrador.
- (Voz interna) Qué raro. No quiero problemas. Sigamos. A lo mejor se va en un rato.
Sin dejar de poner un ojo encima al hombre cada tanto, Isayama vuelve su atención hacia su libreta.
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-Otro cuadro… ¿Qué tal si hay un giro tipo Stephen King en el segundo arco? No, hay que cambiar esta parte, esto ya es demasiado Godzilla.
-yo…
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Luego de un leve dormitar, la sonrisa vuelve al rostro del hombre desconocido, y su mirada gira hasta encontrar a Isayama, que sonríe por cortesía antes de volver al cuaderno.
-Hay algo de Watchmen en el giro del protagonista.
-Oiga…
-(voz interna) Será mejor ignorarlo o será para problemas. A ver, ¿Cómo salgo de este cliché? Quizás queda mejor si la espada es diferente… A lo mejor el personaje de Levi podría…
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-¡Oiga! ¡Cretino, le estoy hablando! ¡No me ignore!
-¡Espere! ¡Espere!
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De repente el hombre se abalanza sobre Isayama. Pasa sobre el mostrador y lo aplasta contra el suelo. El peso, el sudor helado y el tufo podrido del hombre arrebatado chocan contra su rostro aterrado. Pero no es la asfixia, ni la agresión súbita las que horrorizan al mesero. Es la consciencia de que no puede razonar con esta persona, y de que en su sostenida sonrisa burlesca, ahora vista a unos cuántos centímetros, como en los torneos de sumo de su infancia, está retratada la distancia entre los dos: la imposibilidad de la empatía, el disfrute de su sometimiento derivado de que no es visto como igual sino como objeto prescindible.
A lo largo de la ardua lucha contra el peso muerto del ebrio disruptor de la calma, Isayama empezó a sonreír también. Allí estaba la epifanía que necesitaba.
Luego de zafarse y echar al hombre borracho, Isayama empezó a construir un universo en el cual los únicos humanos que quedan en el mundo se guarecen al interior de un bosque (pensando en las montañas que rodeaban su pueblo) del ataque de infinitas hordas de gigantes irracionales que, entre sonrisas, muecas y total calma, persiguieron y devoraron al resto de la humanidad.
Con el tiempo, los árboles fueron cambiados por tres gigantescos muros, al interior de los cuáles se vive en paz. A su vez, la historia de la huída y la defensa ante el asedio dio paso a la del deseo de libertad, a la pregunta del Paraíso perdido de John Milton: ¿vale más reinar en el infierno o servir en el cielo?
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***
Eventualmente, Isayama presentó la historia a Bessatsu Shōnen Magazine, que vio algo esperanzador en la fealdad del dibujo, en la atención a los rostros descompuestos de deleite incontrolable y en la premisa misteriosa. Publicaron un primer tiraje.
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Attack on Titan es un constante cuestionamiento del modelo del teórico conservador Carl Schmidtt, según el cual las sociedades humanas se dividen y organizan entre un “ellos” y un “nosotros”, y el devenir de la historia sucede en el conflicto a muerte por la erradicación de uno u otro grupo que se percibe como amenaza existencial para la propia existencia.
Pero va un paso más allá del relativismo que la mayoría de las grandes obras que se han aproximado a esta aparente condena injusta, a este laberinto de la condición humana, y devuelve la pregunta:
¿Es posible que la desaparición de los que percibimos como gigantes traiga la paz y la libertad? ¿Quiénes, y de dónde vienen los gigantes? ¿Qué tan libres somos entonces, si debemos aferrarnos al destino de luchar para ser libres? ¿Qué tan libre fue David de enfrentar y matar a Goliat? ¿Dónde se originó el conflicto, y cómo terminarlo? ¿Cómo tender puentes entre mundos, historias y abismos de sentido, en los que cada uno es el gigante despiadado del otro?
Así transcurre la historia. A través de una animación y un guión impecables en el que ningún detalle sobra, y tratando con los problemas de la posverdad, la guerra, las burbujas de resonancia y del militarismo, los protagonistas de Attack on Titan , Eren, Mikasa y Armin , se aventuran a recuperar su hogar y el de la humanidad. De la mano del Régimen de Reconocimiento y ante la mirada derrotista de quienes decidieron conformarse con la paz de las murallas. Ahora, ante la recta final de la serie, sabremos si volaban hacia el sol o hacia la paz del mar. Puede, eso sí, que quedemos preguntándonos si no son ambos destinos, como todos los destinos humanos, la muerte, y si la defensa de sí mismo y sus congéneres es soberbia o dignidad.
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