La salud mental de los deportistas de élite ha sido un tema álgido durante los Olímpicos Tokio 2020 . Vimos a Simone Biles , múltiple medallista olímpica, retirarse del certamen para cuidar de sí misma; vimos la raqueta del tenista Novak Djokovic volar a las gradas en su derrota contra el español Pablo Carreño Busta y también apreciamos la instantánea viral de Tom Daley , clavadista británico, a quien vimos tejer en la gradas, actividad que le ayuda a mantenerse en calma y a reducir sus niveles de estrés. El único de los tres que interpretó la presión que sufre como un privilegio, fue el segundo, el tenista que rompió raquetas al sufrir la derrota.
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Es innegable que estos atletas están bajo altísima presión y ansiedad, compiten contra la élite deportiva de su disciplina para ganar una medalla olímpica, uno de los premios más prestigiosos en el contexto deportivo. Eso sin mencionar que todos vienen de exigentes temporadas. Por ejemplo, un tenista de élite masculino puede participar en 42 torneos al año, y debe jugar en la mayoría si no quiere perder puestos en su ranking. Esto lo obliga a competir en un torneo cada semana del año, prácticamente. Las gimnastas, aunque nosean tan conocidas por el público en general, también sufren la presión.
Atleta A , documental producido por Netflix , ofrece una perspectiva tras bastidores de lo que viven las gimnastas y, en particular, del escándalo de abuso sexual del US Gymnastics Team a causa de un médico deportivo que violentó sexualmente a decenas de niñas y adolescentes. Simone Biles fue una de sus víctimas, quien, después de su retiro del certamen, ha manifestado la posibilidad de que este abuso haya afectado su rendimiento deportivo.
La presión, que algunos glorifican y veneran es el arma principal contra estas adolescentes. Los entrenadores se aproximan peligrosamente al sadismo. Las obligan a entrenar lesionadas. Las fracturas en dedos, piernas y espalda son comunes. Las lesiones son minimizadas por el cuerpo técnico y solo importa ganar. El abuso psicológico es regla también, afirmaciones humillantes sobre su cuerpo hacen parte del régimen (es usual que las llamen “vacas”). Sus ciclos menstruales fueron artificialmente modificados. Todo esto sucedía en un campamento de entrenamiento llamado Karolyi Ranch, un complejo deportivo donde no estaba permitida la supervisión o el contacto de los padres. Este fue un terreno fértil para cultivar un entorno de miedo e intimidación. Un entorno en donde las quebraban de tal manera que las atletas solo querían complacer a los entrenadores.
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La selección olímpica era el premio con el que justificaban ejercer estas cantidades desmedidas de abuso. En este complejo también estaba Larry Nassar, un médico deportivo, quien, según las mismas sobrevivientes, era el único amable con ellas, las hacía reír y les regalaba dulces. Lamentablemente, esto era una fachada: Larry Nassar era un violador. Fingió estar de su lado, pero luego abusó de las atletas usando como pretexto los procedimientos médicos que practicaba. Algunas atletas podían visitar a Nassar hasta cuatro veces al día para recibir “tratamiento”. Estas niñas y adolescentes estaban tan disminuidas a causa del entorno creado por los entrenadores, que dudaron si lo sucedido fueron agresiones hacia ellas, tuvo que pasar tiempo para que llegara la adultez, y consigo, la certeza de que habían sido víctimas de agresiones sexuales.
Es un documental exasperante. Es indignante la falta de responsabilidad por parte de los entrenadores y directivos de US Gymnastics, que sabían lo que estaba pasando y no hicieron nada para evitarlo y sancionar a los victimarios. Su deber como organización era tener como prioridad el cuidado y protección de sus atletas. Al contrario, hicieron todo lo posible para encubrir a los culpables y amenazar a cualquiera que decidiera denunciar los abusos.
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Nassar fue un síntoma de un problema mayor dentro del US Gymnastics y la cultura deportiva de ganar a toda costa, impulsada desde la dirección, donde el dinero, la reputación organizacional y las medallas se antepusieron a lo moral y al cuidado de las atletas que tenían en su custodia. Esta cultura que glorifica el sacrificio, la destrucción física y mental de un deportista con tal de ganar una medalla por su país no es exclusiva de la gimnasia, y como lo demostró Atleta A, puede ser terreno para normalizar y ocultar otras conductas condenables.
Proteger a quienes participan y practican cualquier disciplina debe ser la prioridad número uno de cualquier organización deportiva. El éxito, los patrocinios y las medallas son el resultado final, pero nunca debe ser a costa del bienestar de los deportistas. En este caso, el costo para las gimnastas fueron años de abuso, no solo físico y sexual, sino también psicológico y emocional. Sin dejar de lado el abuso de poder por parte de quienes dirigían la organización.
El documental también expone los problemas sociales que trae a estas mujeres el hecho de denunciar. La forma en que fueron tratadas las sobrevivientes por parte de la organización, el público y algunos medios de comunicación fue detestable. Al principio, no se les dio credibilidad a estas adolescentes, niñas y mujeres. Fueron acosadas y humilladas, pero afortunadamente los periodistas que dieron a conocer la historia y los investigadores criminales les creyeron. El documental es una evidencia más de cómo la experiencia de quienes denuncian es puesta a un costado.
Por lo anterior, es importante celebrar la decisión de Simone Biles de retirarse de los Olímpicos de Tokyo 2020: lo hizo pensando en su interés personal y puso de nuevo en evidencia al US Gymnastics. Simone Biles junto a las gimnastas acaban de sentar un hito fundamental, ojalá otros deportistas atiendan su llamado y tomen acciones que hagan responsables a quienes están en posiciones. No todo vale con tal de alcanzar la codiciada presea.
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